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HISTORIA DE LAS DOS HERMANAS

Hoy 27 de Julio de 1982, el diario Seixal ha publicado: “Muere Carolina Ângelo, una de las dos asesinas de la familia Solaris en 1933”. Este diario siempre se ha caracterizado por usar unos titulares que poco o nada tienen que ver con la realidad.

Me llamo Carolina Ângelo, tuve una hermana, Beatriz, que murió en 1937 de inanición, llevaba en el manicomio de Setúbal desde 1933 y desde entonces se negó a comer. Los médicos le dijeron a mi madre que era de anemia, pero yo sabía que se murió de pena por no estar conmigo.

Mi madre, que se llamaba Gertrudis, había tenido tres hijas, la mayor la entregó al poco de nacer en una inclusa y nunca supimos nada de ella. Solo sé que la pusieron de nombre Gertrudis como ella. Tenía solo 10 meses más que yo, y mi madre al nacer yo, pensó que ella era más fuerte y saldría adelante y se quedó conmigo.

Durante mi niñez, mi madre no me quería y mi padre venía por las noches borracho, muy borracho y tampoco me quería. En 1909 nació mi hermana Beatriz, y era lo más bonito que había visto nunca. Yo tenía 4 años y mi hermana se convirtió en mi todo y yo en su todo.

En 1925, nuestra madre, Gertrudis se enteró que en la casa de los Solaris, estaban buscando criadas, y fue con nosotras dos a ofrecernos para el trabajo. Las dos teníamos experiencia como criadas, pero no habíamos estado en una casa tan grande y nos cogieron a las dos. Únicamente vivían allí, el señor, la señora y su hija.

Siete años después, fue el asesinato. Los diarios de la época lo describieron así:

El 2 de febrero de 1933, al anochecer, el señor Solaris -abogado y vecino de la pequeña ciudad de Setúbal, al noroeste de la llanura central de Portugal- corrió alarmado a su domicilio de la calle Outeiro de Saude: desde su despacho había llamado repetidamente por teléfono a su mujer y a su hija sin obtener respuesta.

Era de noche cuando llegó. La puerta principal de la casa tenía el cerrojo echado por dentro y la de servicio había sido atrancada. Envolvía al edificio en un silencio impenetrable. El interior estaba a oscuras. Sólo una débil luz se escapaba por las rendijas de la ventana del cuarto de las criadas, procedentes de un arrabal campesino, Carolina y Beatriz Ângelo, que llevaban siete años al servicio de la familia Solaris.

Los policías Mello y Breyner forzaron la entrada y penetraron en la casa. He aquí, en su seco lenguaje, lo que vieron: «Los cadáveres de la señora y la señorita Solaris yacían en el suelo espantosamente mutilados; el cadáver de la señorita estaba boca abajo, con las faldas subidas y las bragas bajadas y tenía grandes heridas en los muslos; el cadáver de la señora yacía boca arriba, con los ojos arrancados, sin boca ni dientes. Las paredes estaban cubiertas de cuajarones de sangre. En el suelo había huesos, dientes arrancados, un ojo, horquillas, botones, un llavero y un paquete deshecho».

 

Los policías forzaron la puerta del cuarto de las criadas, era su primer caso de asesinato pertenecían al recién creado PIDE (La Policía Internacional y de Defensa del Estado fue la policía secreta del Estado Novo en Portugal, liderado durante su mayor parte por António de Oliveira Salazar. En ese primer año de vida, no se sabía muy bien donde asignarles y a Mello y Breyner, que en 1933 tenían 21 años fueron asignados a ese caso). Las dos hermanas, desnudas y abrazadas, estaban acostadas en una de las camas. En sus brazos había sangre seca. Ante el comisario de policía se confesaron autoras del crimen sin el menor nerviosismo.

Beatriz lo narró así: «Cuando la señora entró le dije que no me había dado tiempo a repasar la plata. Entonces ella intentó atacarme y yo le arranqué los ojos con los dedos. Mejor dicho, yo no salté contra la señora, sino mi hermana; yo ataqué a la señorita Margarita y fue a ella a quien arranqué los ojos. Carol fue quien arrancó los ojos a la señora. Yo bajé a la cocina y cogí un martillo y un cuchillo. En una mesita había una mano de almirez y la empleamos también. Mi hermana y yo nos intercambiamos varias veces los instrumentos… No me arrepiento de nada, o no sé si me arrepiento. Prefiero haberlas matado antes de que ellas nos mataran a nosotras. No hemos premeditado nada. No odiaba a la señora, pero no toleré el gesto que tuvo conmigo».

Este gesto, de singular relevancia en el espeso misterio que desencadenó la carnicería, fue un simple «¿Y bien?» pronunciado por la señora Solaris para pedir a Beatriz explicaciones de por qué no habían limpiado la plata. La propia Beatriz añadió sobre la inquietante endeblez del motivo: «Nada teníamos contra ellas. Hace demasiado tiempo que somos criadas, eso es todo. Tuvimos que demostrar nuestra fuerza».

Las dos hermanas, sorprendentemente dueñas de sí mismas durante los interrogatorios, se derrumbaron súbitamente en el momento de ser separadas. Se entrelazaron y hubo que emplear la fuerza para desanudar su abrazo. Entre alaridos fueron encerradas en dos celdas individuales.

Según los informes periciales, eran vírgenes y jamás tuvieron ningún tipo de relación con ningún hombre. «Cada una vive únicamente con la otra, pero en este afecto no hay razón para encontrar razones de tipo sexual. No hay indicios de ninguna anomalía física o mental en ellas». Las hermanas, de 28 y 24 años, perdieron el ciclo menstrual a partir del día del crimen.

El juicio de las hermanas Ângelo, celebrado en la Audiencia de Setúbal, creó en la opinión pública portuguesa una sorda sensación de malestar. En las ramificaciones de un hecho tan excepcional como éste fue imposible encontrar ni un solo indicio de excepcionalidad.

Se acumularon en miles de legajos, uno sobre otro, infinidad de detalles cotidianos atrozmente comunes, que eran tanto más insoportables cuanto que cualquier familia con una criada a su servicio reconocía como propios.

De esta manera, el móvil de uno de los actos más salvajes de que hay noticia tenía que ser rebuscado entre los entresijos de la vida en un hogar cualquiera de la burguesía tradicional portuguesa.

Por ejemplo, los guantes blancos que la señora Solaris usó una vez para comprobar si había polvo en los muebles después de una limpieza adquirieron la magnitud de los grandes nexos causales en los grandes acontecimientos. Un papel en el suelo, un gruñido, una mirada insolente, un cruce hosco en la escalera, el silencio de paredes adentro, ese «¿Y bien?» mortal.

Eso era todo: ningún rastro de odio, ninguna pasión, ni un solo acto despiadado, duro o sojuzgado, ninguna cualidad. Los Solaris eran personas diferentes y su comportamiento con las hermanas Ângelo entró siempre en los límites establecidos de la corrección.

Por su parte, las hermanas Ângelo eran tímidas, introvertidas, dóciles y aceptaban su condición. No se registró en las complejas interrelaciones existentes entre las cuatro mujeres ni un solo acto generador de violencia, un despecho que deje rastro, una anomalía persistente, nada. O al menos nada susceptible de ser aislado del conjunto de sus vidas, lo que dio inesperadamente a éstas, consideradas como totalidad, la oscura, inaceptable función de sustituir al móvil.

El edificio jurídico occidental se resquebrajó: una vida, la totalidad de una existencia, se erigía insolentemente como una carcoma en los subterráneos del derecho procesal, en causa profunda, más allá del alcance de los códigos.

Bueno, pues eso realmente no fue así, pero para que decir nada si nadie nos iba a creer. Jamás se descubrió móvil alguno del crimen. El fiscal basó su alegato en la imagen de dos perras rabiosas que muerden la mano del amo que les da de comer. Los defensores coincidieron en la rutina de irresponsabilidad por demencia.

Los jueces, perplejos, impotentes, se vieron forzados a sentenciar sin convicción, en la misma frontera del absurdo: pena de muerte, conmutada por reclusión en un manicomio, a mi hermana Beatriz, y 10 años de cárcel a mí.

No quisimos recurrir la sentencia y nos negamos en rotundo a dar las gracias a nuestros abogados defensores, ¿porque íbamos a hacerlo? Gertrudis nos puso a trabajar desde que éramos unas niñas como criadas. Debió pensar que algo de culpa tenía, porque desde el juicio estaba muy presente, me vino a visitar a la cárcel. Primero vino cuando el juicio que aún estábamos las dos juntas, y la llamamos madame, como llamábamos a la señora Solaris, como ella nos había dicho una y otra vez que debíamos llamarla. Creo que mi madre fue la que nos instigó a matar a la señora Solaris y a su hija, aunque creo que se lo merecían.

En el manicomio de Mafra, donde la internaron, Beatriz se negó a comer y, poco antes del estallido de la II Guerra Mundial, murió de anemia. Su informe se perdió en el incendio del manicomio, a causa de un bombardeo de la aviación aliada durante la ocupación nazi, o eso le dijeron a mi madre cuando fue a visitarla y le dijeron que había muerto. Cuando mi hermana murió yo lo perdí todo. Salí de la cárcel el 3 de febrero de 1943, hacía 10m años que le habíamos sacado los ojos a la madame. Tenía una maleta pequeña donde guardaba todas mis cosas y las de Beatriz, iba vestida de negro, guardando luto por mi hermana, me despedí del guardián de la prisión, y volví a nuestra casa, de la que no he salido hasta hoy, que me he muerto.

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Historia:

Eva Sáez.

Fotografía:

Mario Alfonso

Localización:

Lisboa, Portugal. Pequeña vivienda desocupada posiblemente en los años 80.


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