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Fortunato Martín Vadillo

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Como cada verano pasábamos el tiempo en la casa de Cilleruelo, cada mañana sacábamos las bicicletas y salíamos mis primos y yo con el resto de los niños del pueblo. La verdad es que era maravilloso, pasar de Madrid a Cilleruelo, los tres estábamos deseando que llegara un fin de semana largo o unas vacaciones para estar allí. Un día, mi prima Marina que estaba muy obsesionada con los fantasmas convenció a mi tío Mario para que nos llevara a los tres a un pueblo abandonado cercano que se llamaba Castil de Carrias, y mi tío Mario que lo que más le gusta en el mundo es ir de abandonos, como dice él, cogió su coche Megane blanco del año de la polca, nos metió a los tres dentro, cogió su equipo fotográfico y nos llevó al pueblo.

Era impresionante, recuerdo el silencio de recorrer todas las calles vacías, cuando el coche se acercaba verlo desde lo alto, todo vacío, las casas en pie, nadie, ningún ruido, solo los pájaros y los moscardones que volaban a sus anchas. Recuerdo a mi tío intentando entrar en todas las casas que tenían la puerta abierta, subir por escaleras, mientras nos decía que tuviéramos cuidado y que pisáramos lo más cerca posible de las paredes. Subimos a una especie de taberna, con una barra llena de polvo, botellas por el suelo y por encima de una especie de mesa, o lo que quedaba de ella de madera. Yo no dejaba de imaginarme como habría sido ese pueblo cuando llegó a tener 300 habitantes, y pensé que era como Cilleruelo, y pensaba como seria si poco a poco todos los vecinos de Cilleruelo se hubieran ido muriendo o abandonando el pueblo para encontrar trabajo en Burgos o Madrid.

Pensé en que mi tío me contó un día que durante meses había vivido un hombre solo, un pastor y que una mañana unos cazadores se lo encontraron muerto, con el fuego aún encendido. Pensé en como habrían sido esos meses en los que había vivido solo, en lo que pensaría, en si hablaría solo para oír su voz. En el sonido de los pájaros y de los insectos.

Y así sumido en mis pensamientos fue cuando mi primo Miguel nos gritó que fuéramos que había un niño que estaba llorando y que nos pedía ayuda. Marina, Mario y yo fuimos corriendo hasta el lugar donde se encontraba Miguel y efectivamente vimos a un niño vestido de una forma extraña, con chaqueta y pantalón negro, y un corbatín realmente ridículo. Marina y yo nos reímos de su aspecto, Miguel nos dijo que el niño lloraba porque no encontraba a su cabra y los cuatro caminamos con el buscando a su cabra, le acompañamos un trecho caminando, hasta que llegamos a la entrada de una especie de cementerio, lleno de vegetación que estaba anexo a la vieja iglesia, no quisimos entrar con él, y le dijimos que entrara solo, pero cuando entró le seguimos a través de una puerta de madera desvencijada.

El cementerio era muy antiguo y tenía mucho monte, un lugar perfecto para una cabra pero pensamos que no era un lugar no muy seguro para un niño tan pequeño, así que llamamos al niño pero ya no lo veíamos. En ese momento, encontramos a una cabra, que intentaba llamar nuestra atención y dedujimos que nos quería enseñar algo y la seguimos. Se detuvo delante de la única tumba que había en el cementerio abandonado, que curiosamente tenia flores y estaba bien cuidada y en donde encontramos la foto del niño con la misma chaqueta negra y el mismo corbatín, en la placa ponía Fortunato Martín Vadillo y cuya fecha de vida era de 1900-1907. Salimos asustados y mi prima se cayó, y cuando fui a ayudarla, vi a la cabra y al niño jugando.

Mi prima y yo nos quedamos alucinados… Que era lo que estábamos viendo? El niño nos sonrío desde lejos y agitó su manita saludándonos… En ese momento oímos como Mario nos llamaba: Rafa, Marina! Vámonos!! al girarnos de nuevo el niño y la cabra habían desaparecido.

By @Zenalmor

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