La primera vez que le vi, fue poco después de la navidad de 1940, sería aún diciembre, o quizá ya era Enero, no soy capaz de recordarlo. Nos habían dicho en el pueblo que la dirección general de Regiones Devastadas iba a instalar un destacamento penal en unas naves maltrechas que habían vallado y donde habían puesto una torre de vigilancia, realmente era un campo de concentración, aunque ellos no lo llamaban así, lo llamaban el seminario, el seminario de Belchite, y no eran presos republicanos, era un batallón de trabajo.
Estaba maltrecho, muy flaco, aterido de frio, caminaba con otros, pero él era el más alto, mi hijo Luis estaba frente a la tienda, o lo que quedaba de ella, recogiendo balas, en aquellos meses era el juego de moda entre los niños de Belchite, buscar balas entre los cascotes o entre las paredes. Balas que se guardaban en una caja como si fuera un tesoro, yo no dejaba de mirar lo que hacía porque seguía estando asustada. La guerra había terminado, pero yo seguía mirando al cielo buscando un avión de la FARE. Me hacía gracia que en el pueblo les llamaran La gloriosa, la gloriosa?. Esa gloriosa que había acabado con las calles, las casas, las ventanas y sobre todo los tejados de mi pueblo.
Por eso no dejaba de mirar que mi hijo estuviera bien, que siguiera jugando… y por eso vi a Pepe, les vi a todos, pero me fijé en Pepe, y pensé que seguro que tenía frio.
Los días pasaban despacio, muy despacio, era como que nada hubiera pasado. Los belchitanos somos gente tranquila, nos amoldamos a todo… al final aceptamos todo como si fuera lo único posible, como si fuera la única opción. Los presos de las Brigadas Internacionales se incorporaron tranquilamente a nuestro pueblo, y como tal lo aceptamos. Poco a poco sus familias se fueron incorporando al pueblo, era mejor ver a sus esposos y padre poco tiempo que no saber si seguía vivo. Algunos de estos familiares se instalaron en casas del pueblo, otros en cabañas cerca de los huertos, y otros en unas naves abandonadas cerca del antiguo seminario, Ahí, en ese paraje que en el pueblo lo llamaban La Rusia, ahí vivía Pepe y su familia, que a los dos meses de vivir en Belchite se trasladó a estar junto a él.
Hasta que la familia de Pepe se trasladó a Belchite, yo le vi pasar todos los días… le vi pasar con frio, serio, triste, me fije en sus manos, grandes y llenas de heridas. Unas manos que no estaban acostumbradas al trabajo con piedras,… un día cuando volvían le dije a mi hijo Luis que le entregara un abrigo de mi marido, que tenía hacia días en la tienda con el fin de atreverme a entregárselo, y se lo entregó, le dijo algo y señaló hacia donde estaba yo. Miró hacia la tienda, cogió el abrigo, se lo puso y siguió caminando junto a su batallón.
Desde el día en que Pepe se puso el abrigo de Fernando no se lo quitó, seguía pasando por delante de la tienda cada día por la mañana y volviendo cada noche, pero desde ese día miraba hacia la tienda y me saludaba, levantaba su mano y hacía un gesto de afirmación con la cabeza.
Los presos podían salir después de su “trabajo”, y Pepe comenzó a pasear solo por delante de la tienda, ya de noche. Yo le veía pasear por la calle, hacia arriba y hacia abajo, a veces se paraba delante del enorme ventanal que hacia de escaparate, en la plaza y se liaba un cigarrillo y se lo fumaba con lentitud, ensimismado en sus pensamientos.
Una de esas noches, en los que parado delante de casa se fumaba con parsimonia su cigarrillo, me atreví a salir en la oscuridad de la noche, sabiendo que no me vería nadie, solo él. Me acerque y me presenté, el ya sabía como me llamaba, se lo habrían dicho en el pueblo, se señaló el abrigo y sonrió. Era la primera vez que sonreía. No tenia dientes. En ese momento no me atreví a preguntar nada, al cabo de los días me contó que había sido encarcelado en una cárcel en Madrid, en la calle General DiazPorlier, y que le habían torturado hasta que perdió todos sus dientes. No quise preguntarle como, no quería hacerle recordar.
La mayoría de los presos que se encontraban en Belchite eran extranjeros, se les pagaba dos pesetas y media diarias, más dos pesetas más por cada hijo que tuvieran y que viviera con ellos, así que la familia de Pepe se trasladó a Belchite a los dos meses, se alimentaban con menos de 10 pesetas diarias, lo que en esa época no estaba demasiado mal. Y yo intenté ayudarlos con todo lo que pude.
Eran cuatro, además de Pepe, su mujer, María Asunción, y sus tres hijos, Marisun, Felipe y Vicente, que no era más que un bebé y que aprendió a andar y a hablar en Belchite. Marisun era una niña asustada, a sus 10 años había vivido ya muchas cosas, se sentía una adulta y cuidaba de su madre y de sus hermanos con un esmero que ya quisieran otras. Se preocupaba de lo que hacia Felipe, donde estaba y donde iba. Y Felipe no dejaba de asustarla, aunque la adoraba, la seguía a todas partes y se cuidaban mutuamente. Me gustaba esa familia. Asunción comenzó a pasarse por la tienda por las tardes, se convirtió en una más de la novela, se traía a los niños y así pasábamos la tarde.
Un día, otra de las vecinas que venia a casa a escuchar la novela por la tarde, nos contó que los belchitanos y algunos presos estaban construyendo pasadizos subterráneos para esconderse. La gente comunicaba sus bodegas con otras bodegas para poder esconderse y comunicarse entre ellos sin riesgo. Y esos túneles, ese Belchite subterráneo sigue aún bajo tierra, ahí escondidos se mantienen documentos y objetos de valor histórico sobre el pueblo, la guerra y la vida cotidiana durante el conflicto. A partir de ese momento, Pepe y yo utilizamos los túneles para comunicarnos, para hablar, para llorar nuestras penas. Para hacernos amigos.
Fotos: Eva Saez y Mario Alfonso
Texto:@Zenalmor
Otras parte de la historia de Dominica Fanlo:
https://urbexspain.com/2015/12/25/me-llamo-dominica-fanlo-estoy-muerta-y-vivo-en-belchite/
https://urbexspain.com/2016/01/01/segun-cuentan-belchite-siempre-ha-sido-un-lugar-de-guerras/
